La Vanguargia

En su línea de exploración dramático-vocal, la mezzo estadounidense Joyce DiDonato, una diva operística que es profeta en su tierra y en cuantas tierras se le pongan por delante, encaraba este 2021 con la gira española de su álbum Songplay, combinación de barroco y jazz que le valió este año pasado el Grammy al mejor álbum de solista vocal clásico, el tercero de su carrera.

Pero la pandemia no le permite arriesgarse a traer a la banda de jazz con la que lo interpreta, por lo que en su mini gira de enero –Oviedo (8), Palau de la Música Catalana en Barcelona (10) y Teatro Real de Madrid (13)– la artista se acompaña solo del pianista Craig Terry. Y su programa no es el mismo. Interpreta Haydn, Mahler, Berlioz, también Hasse y Händel, de su anterior trabajo My favourite things (con el que debía debutar en abril en el Palau de la Música)… y, bueno, algo de Duke Ellington e incluso La Vie en Rose de Edith Piaf. La estrella de la ópera está muy solicitada en el circuito de recitales, con residencias en el Carnegie Hall de Nueva York o el Barbican Center de Londres.

En los últimos tiempos cantó usted con la Sinfónica de Chicago dirigida por Riccardo Muti, con John Eliot Gardiner y sus conjuntos o con Yannick Nézet-Séguin y la Orquesta de Filadelfia. ¿Cuán difícil es trabajar con directores cuando se es cantante?

Depende de quién sea el director, y de quien dirija la escena. Yo siempre espero de ese alguien que me ayude a encontrar cosas en la música y en mi actuación que aún no he podido hallar por mí misma. Soy una artista con muchos recursos propios. Me manejo bien ante el público y por mi cuenta, pero no se sobrevive solo con eso, hay que seguir buscando lo místico, lo mágico, lo divino y sobrehumano. Esto es lo que demandan Berlioz, Mozart o Händel, y también sus textos.

Y necesito gente que ilumine la partitura o una frase, un pensamiento, el viaje emocional. Si los batutas me hablan de texturas y arquitecturas emocionales encienden mi imaginación, me inspiran. Te han de invitar a ser brillante. He trabajado con muchos pero realmente inspiradores solo unos cuantos: Pappano, Muti, Yannick… Y entre los jóvenes, Maxim Emelyanychev, que tiene pasión y no está interesado en las reglas sino en la música.

¿Usted no está interesada en las reglas?

No en el sentido de hacer las cosas por la única razón de que es así como se han hecho siempre. Respeto la tradición y este es un arte de tradición, pero si sólo se repite sin investigar te pierdes la información que encuentras sentada leyendo la partitura. Tal vez llegue al mismo sitio, con el estilo y tempo correcto, pero no vendrá de la tradición sino de mi manera de entenderlo.

¿Por qué tituló el álbum Songplay ?

Lo que quería decir es que a veces nos tomamos demasiado en serio esta industria y nos olvidamos de que va de jugar, como decía Mozart. Me gustaría que el público tuviera permiso para volver a los orígenes y conectar con la música con alegría.

¿El barroco le pareció siempre jazzístico o es fruto de este álbum?

Para mí fue un paso natural este disco porque siempre había cantando jazz y estándar americano. Era lo que cantaba de joven en la ducha. Un día mi pianista me dijo que quería coger veinte canciones italianas y actualizarlas con tratamiento de jazz… Caro mio ben de Giordani, por ejemplo, la más conocida y que todo estudiante de canto ha hecho. Y me pareció que jazzística sonaba extraordinaria. Porque piezas de hace tres o cuatro siglos sin orquestar, solo con el bajo y la progresión de base, encajan con el jazz. No se trata de coger Mozart y cambiarlo hasta hacerlo irreconocible, sencillamente las bases son las originales pero con un acercamiento moderno, algo atrevido.

Hemos redescubierto el barroco como el nuevo rock pero no dejamos que el público se levante a bailar… 

Cuando es un público cultivado no se permite a sí mismo moverse de la silla, no, pero por ejemplo en China, en Taiwan, en Corea del Sur la música de Händel o Monteverdi es nueva para aquella gente. Y cuando escuchan la repetición inmediatamente saben a qué agarrarse y conectan. Hice Drama Queens en Shanghai y en el bis, con una de las piezas con volumen y rápidas, una señora mayor, una abuela, se levantó y se puso a bailar en medio del pasillo. De alegría.

Y eso es lo que quiere significar esta música. Esto en Francia no pasaría nunca, en países de Occidente es una música para ser admirada mientras se sientas de manera formal. Y en cambio allí, en su reacción primaria a esta música reaccionaron bailando. A veces nos tomamos muy en serio serio y nos olvidamos del vínculo original.

Hace tres años la vimos en el Teatro Real interpretando a Sister Helen en la adaptación operística que el compositor Jake Heggie hizo de Dead Man Walking (la novela que en 1996 llegó a la cartelera cinematográfica bajo el título Pena de muerte). ¿Cuán crucial le parece ese tipo de óperas para garantizar la supervivencia del género?

No sé hasta qué punto tenemos que contar historias que ha popularizado el cine, porque en este caso el compositor estaba conectado a la novela. Pero sí que pienso que eso es lo que siempre ha pasado con  la ópera… que nos explica cosas con las que el público puede sentir relación. Agrippina, por ejemplo, cuando se estrena en Venecia estaban interesados en la literatura e historia romana, pero al mismo tiempo los políticos vivían la historia de Roma. Y eso es algo que el público entendió enseguida. Al igual que en tiempos de La traviata se sabía lo que era una cortesana y por eso resultaba tan perturbadora la ópera de Verdi.

El mejor teatro es el que conecta rápidamente con el público. Y ahora hay habido una producción masiva de ópera nueva, como Writen on Skin Silent Night. Hay hambre auténtica. Y Dead Man Walking es un ejemplo brillante de cómo hacer ópera moderna, porque te puedes identificar con los personajes. La música encaja y fija la historia. La reacción del público en Madrid fue potente y auténtica, eso es algo que no se puede fingir. Lo cual me indica que este tipo de producciones tocan al público, le llegan. Son de las que se quedan en la memoria. La ópera en vivo es ese tipo de experiencia que no se puede encontrar en ningún otro lugar.

¿Qué más espera de su carrera?

Me gustaría tener la libertad de hacer lo que quiera cuanto tiempo desee. Quiero mantenerme física, vocal y mentalmente saludable. Quiero seguir cantando I Capuleti e i Montecchi y Mozart y Händel, del que jamás me cansaré, pero también abrirme al gran repertorio. Explorar el alemán. Es la primera vez que hago los Ruckert Lieder. A Mahler lo he descubierto en la pandemia, y esos lieder van sobre las grandes cuestiones de la vida, las preguntas que nos hemos hecho durante este periodo.

La vemos mucho en el Liceu y sin embargo ¡debuta en el Palau!

¡Oh, sí! Estoy emocionadísima. Es una declaración de intenciones poderosa que Barcelona y el Palau, en pleno enero, mantengan la música en vivo. Es vital. El Real o el Liceu son otros ejemplos de que hay una manera segura de compartir la música. Espero con este concierto dar salida a la ansiedad que sentimos pero también alegría. Estas experiencias son medicinales para la gente. A la gente no se la puede tratar solo con respiradores, hay que tratar el espíritu para que no decaiga el ánimo. Espero que vengan a compartir algo tan especial.